25 de agosto de 2009

Sūnyatā (de mi autoría)

Da sensación de domingo a la tarde, tristeza de la calle de las fábricas y depósitos paralizados. Sentada en el umbral, mirás hacia lo alto de la edificación como si estuvieras en un desfiladero, al fondo de una gran quebrada.
Vestida de negro, con las manos entrelazadas, abrazás tus piernas balanceándote hacia adelante y hacia atrás muy suavemente. Mirás perdida pero sin sobresaltos hacia un lado y otro de la calle, tu cara es totalmente inexpresiva, apoyás la frente en las rodillas y te quedás largo rato como adormecida.
Se detiene un automóvil y al bajar el conductor, sin percatarse de tu presencia pega sobre un poste de alumbrado un cartel con la foto de una mascota perdida, vuelve a subir al auto y se va atento buscando donde pegar otro cartel que ayude a su búsqueda. Lentamente levantás tu cabeza, llevás la mano a la boca y la mordés fuertemente, te incorporás de un salto y enardecida le tirás una piedra al automóvil, la cual no le pasa ni cerca y con más rabia lanzás una segunda, con tan mala puntería o tan buena que le acertás al poste donde pegó el cartel. La piedra rebota y se estrella contra tu cara, caés de rodillas mientras le gritas, ¡Yo soy, Yo Existo!, el automovilista sin percatarse de absolutamente nada dobla lentamente en la esquina.
Te llevás la mano a la cara dándote cuenta del sangrado, arrodillada te acercás a la zanja al borde de la calle donde ya se han mirado miles como vos que tiraron piedras ante la indiferencia ajena, te das cuenta en ese irregular espejo líquido que te reflejás como si no tuvieras daño alguno, tratás de lavarte la cara, quizás pensando que milagrosamente cerraría esa herida que solo vos podes percibir, dándote cuenta de que la aparente agua es tan insustancial que ni siquiera moja cuando introducís la mano. La mirás absorta ante lo carente de realidad y vacío de esencia. …reaccionás sacando la mano de la zanja y a pesar de ser transparente ya que se puede ver el pavimento a través de ella, en tu mano quedan gotas que son totalmente negras y se escurren hacia el pavimento juntándose con el charco, con la densidad del mercurio. Ponés tu mano en forma de cuchara y al observar lo que se junta en tu palma, te ves reflejada nuevamente y al igual que en la zanja te ves sin herida algún. De repente te das cuenta de que estás acompañada, es aquel monje de túnica naranja que en más de una oportunidad se hace presente silencioso. Ahora está delante en cuclillas, observando ese espejo sin entidad que hay en tu mano, levanta la mirada y con un rostro muy sereno te dice – Śūnyatā, el vacío es igual a la forma y la forma es igual al vacío, solo así es percepción, conocimiento, construcción mental y conciencia.
¿Śūnyatā, vacio…la nada? Lo consultás hablándole casi en un susurro, él sonríe muy delicadamente y afirma positivamente con la cabeza.
La zanja se forma con la sangrante angustia de todos aquellos que ignoramos
Te recostás en la vereda boca arriba y dando vuelta la cabeza hacia un costado leés en la pared un graffiti que reza “Estar solo no es casualidad”, comenzás a reir y a llorar con bronca. Gritás al cielo, ¡ser invisible no es casualidad!


"Śūnyatā", o shuñata, en el marco de varias filosofías orientales, lo carente de realidad, sin entidad, lo que no es, lo insustancial, lo deshabitado, lo vacío, la vacuidad, la vaciedad.

Claudio Gabriel Visoná Dalla Pozza.

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